En la novena audiencia por el juicio de la Masacre de Pergamino, declararon cuatro testigos: dos peritos forenses que realizaron las autopsias de los cuerpos de los siete pibes y dos policías que estuvieron en la comisaría el 2 de marzo de 2017. Reapareció en escena la mención al motín, acorde a la versión policial que circuló públicamente a poco de ocurrida la Masacre. Uno de los testigos policiales aportó detalles sobre el matafuegos y dio a entender que las muertes se podrían haber evitado. (Por El Diario del Juicio*)
Foto: El presidente del Tribunal Oral Criminal N° 1, Guillermo Burrone, dirige la mirada hacia el sector donde se encuentran los cinco policías varones y la policía mujer imputados por "abandono de persona seguido de muerte".
Tras la tensión que se vivió el día previo en la inspección ocular a la Comisaría 1ª, los familiares de los pibes que murieron en Pergamino retoman fuerzas en la búsqueda de una sentencia condenatoria para los seis ex policías imputados por “abandono de persona seguido de muerte”: Alberto Donza, Sergio Rodas, Alexis Eva, Matías Giulietti, Brian Carrizo y Carolina Guevara.
Con sus banderas y sus pañuelos de “Justicia x los 7”, le hacen frente a una nueva audiencia en el Tribunal Oral Criminal Nº 1.
Benjamín y Jorgelina, hermano y mamá de Federico Perrotta.
“La causa de muerte fue por asfixia”
Carolina Pérez Mernes, perito médico del Instituto de Ciencias Forenses de la Región Norte que depende de la Procuración General de la Provincia de Buenos Aires, fue la primera testigo en brindar testimonio.
Mernes realizó las autopsias de los cuerpos de los siete pibes. La querella le pregunta en qué estado vio los cuerpos, le pide que detalle cuáles fueron las razones de muerte.
Mernes relata: “Los cuerpos tenían características comunes, la diferencia era la superficie corporal tomada por el calor y el fuego. Algunos tenían el 12% del cuerpo quemado y con lesiones por calor, otros por calor en fuego. Tenían entre el 12% y el 90% del cuerpo quemado. Una de las víctimas tenía el 60% del cuerpo carbonizado, y el 30% del cuerpo con lesiones de tipo AB”.
Los familiares escuchan detenidamente. Algunos agachan la cabeza, no quieren ni mirar. Silvia Rosito, mamá de Fernando Latorre, explota en llanto, cada palabra la lleva de nuevo al horror. Mernes explica el dato común que arrojaron todas las autopsias: los cuerpos estaban “tiznados” y tenían “negro de humo” en las orificios nasales, en la boca, en la laringe, la tráquea, los bronquios y los pulmones. Agrega que había signos de “congestión polivisceral y edema cerebral”.
La perito aclara que para que exista negro de humo en las narinas, la boca y los pulmones, los chicos debieron realizar un esfuerzo inspiratorio, porque tenían “infección conjuntival”. Por eso Mernes estableció que la causa de muerte fue “por asfixia”, que el mecanismo fue “respiratorio” y eso se vio macroscópicamente.
La querella quiere saber si los forenses pudieron determinar la hora de muerte, pero la especialista no logra precisar. Sólo afirma que el deceso ocurrió entre “las cinco y las siete” de la tarde. Mernes cuenta que a partir de las operaciones de autopsias, tampoco pudo determinar el tiempo de exposición de los cuerpos al fuego.
No hay más preguntas. El juez Guillermo Burrone, quien preside la sesión junto con Miguel Gáspari y Danilo Cuestas, la autorizan a retirarse de la sala.
Declaración de Carolina Pérez Mernes, la perito médico que realizó las autopsias a los cuerpos de los pibes.
“El tiempo de agonía fue de entre 10 y 15 minutos”
A continuación, declara la médica patóloga Inés Uría, quien tras las autopsias recibió el pool de vísceras y analizó los órganos para detectar las características de las lesiones. Cuenta que encontró “patrones de asfixia” y “daño morfológico pulmonar” ante la falta de oxígeno. También detectó “material negruzco” y hollín.
La querella le pregunta si puede afirmar cuál fue el tiempo de “sobrevida” de las víctimas. Uría explica que la agonía es el intervalo entre la injuria y el momento en que se produce la muerte de las células. En este caso, ante la falta de oxígeno, la perito estima que el lapso de tiempo de agonía fue de “entre 10 y 15 minutos”.
Carla Ocampo Pilla, abogada que acompaña a los familiares en este juicio, busca conocer el proceso de intoxicación que se dio en este caso. Sin embargo, Uría le responde que no está en su competencia sacar a la luz esa información.
La defensa participa del interrogatorio. El Dr Gonzalo Alba hace referencia al proceso de agonía, si es factible que en ese lapso de tiempo se generen desmayos. “Sí, aunque no por morfología”, responde Uría.
Alexis Eva, uno de los policías imputados, le habla al oído a su abogado como si hubiese recordado algo importante.
Inés Uría termina con su declaración y el próximo testigo se hace presente: es el perito criminalístico Alejandro Doro, quien aportó datos de planimetría a la causa que ya habían sido incorporados por lectura. Los abogados de ambas partes coinciden en que no es necesario que Doro brinde testimonio.
En consecuencia, el juez Burrone le da permiso a retirarse.
La médica patóloga Inés Uría escucha las preguntas de las querellas.
“Cualquiera sabe usar un matafuegos”
Es el turno del oficial de policía Gastón Tolosa. Cuenta que el 2 de marzo del 2017, cuando el fuego devoró a los pibes de la celda 1, él estaba de franco, en su casa, al cuidado de sus hijos. En ese momento era segundo jefe de la Comisaría 1ª de Pergamino, desde donde recibió un llamado: le pedían que fuera, que había “problemas en los calabozos”.
Confiesa no recordar con exactitud quién fue que lo llamó, aunque más tarde el testigo declara –sin demasiada claridad– que la voz del otro lado del teléfono pertenecía a la oficial Carolina Guevara.
Relata que llegó a la dependencia entre a las 18:40 y las 19:00, que vio a su jefe directo, el ex comisario Alberto Donza. Lo saludó y continuó su marcha. Luego se cruzó con el oficial a cargo del GAD (Grupo de Apoyo Departamental), Bernabé Raia, quien al pasar le informó que había “algunas personas fallecidas”.
Cuenta que cuando ingresaron al sector de calabozos había “mucha agua, humo negro y espeso”. Las puertas ya estaban abiertas, los sobrevivientes ya habían logrado escapar del incendio. Entró sin elementos de protección y alcanzó a ver un bulto en la celda 1, pero no logró distinguirlo. Gritó sin recibir respuesta. Luego se retiró del lugar porque del calor que hacía “no se podía estar”. “Ésa fue mi intervención ese día”, dice Tolosa.
La querella le pregunta si recuerda haber hecho juegos de llaves nuevos para los calabozos. Tolosa afirma y habla con euforia: “Compré 12 candados –de distintos tamaños, seis de 50 y seis de 62– con combinación única porque los que teníamos eran viejos y siempre teníamos problemas”.
–¿A quién le entregó las llaves? -le preguntan.
–Al oficial de servicio. Le dejé dos llaves con una marca para que las distingan y sepan cuál usar para cada candado. El resto de las llaves se las entregué al jefe de la Dependencia (por Sebastián Donza, ex comisario, hoy imputado)
–¿Y quién era el oficial de servicio?
–No lo recuerdo –dice Tolosa, quien fue policía en esa comisaría durante más de una década.
Los familiares se indignan. Burrone, el presidente del tribunal, les llama la atención.
Silencio.
Agrega que los candados los compró por iniciativa suya, que a los candados era fácil distinguirlos entre uno y otro simplemente al tacto. “No sé por qué pasó esto”, desliza.
El “bloque acusador” le pide a Tolosa que indique el preciso lugar donde vio a Donza ese día cuando llegó a la Comisaría 1ª. Tolosa se levanta, toma el micrófono y señala en la maqueta. Agrega que también se cruzó con la ayudante de guardia Guevara, el oficial de servicio Alexis Eva y el refuerzo de imaginaria Matías Giulietti.
Mientras tanto, en el banco de imputados, Donza dialoga con su abogado. Asiente con la cabeza.
Un momento particular de la declaración de Tolosa genera plena atención en la sala: cuando habla del matafuegos que había en la Comisaría 1ª. Recuerda que estaba ubicado justo detrás de la puerta del jefe.
Cuenta también que años atrás, cuando se desempeñaba como oficial y estaba recién recibido, hubo un incendio en un tablero eléctrico de la Departamental, arriba de la Comisaría. Él mismo agarró el extintor mencionado y subió a aplacar el fuego.
Fue entonces que la querella vuelve sobre un punto que ya apareció en declaraciones previas de los efectivos policiales… ¿tenían alguna capacitación especial para controlar incendios? La respuesta de Tolosa es precisa: “Cualquiera sabe usar un matafuegos”.
En su declaración, el testigo también suelta: “¡Qué lástima que yo no estuve!”. El presidente del tribunal Guillermo Burrone quiere saber si él podría haber actuado de otra manera para salvar esas siete vidas. Tolosa responde que, probablemente, con su intervención al inicio del fuego la historia habría sido otra.
Con el aire cargado de sentimientos y pensamientos revueltos entre las personas que lo escucharon, Tolosa abandona la sala de audiencias.
“Un motín donde íbamos a ser atracados”
Es el turno del último testigo de la jornada: Julián Tricco, uno de los oficiales del grupo GAD que ingresó ese día a la Comisaría 1ª. A Tricco el día de la Masacre lo llamaron por teléfono alrededor de las 18:15, le informaron que había una “revuelta en los calabozos” y un “principio de incendio”.
Cuando Tricco arribó al lugar, los bomberos no habían llegado todavía.
Dice que había una columna con seis efectivos del GAD, que Raia avanzó con “escopetas y balas anti-tumultos”, que ellos tenían protecciones en las piernas, chalecos anti-balas, cascos y bastones. Aclara que en ese momento disponían de sólo cuatro máscaras de protección.
Tricco explica que entre sus obligaciones no está fijarse en los detalles. No recuerda haber visto a Donza o a Rojo. Sí recuerda haber visto “mucha agua” en el sector de calabozos.
Detalla el modus operandi del Grupo de Apoyo Departamental. Habla del “efecto túnel”: “Para reestablecer el orden en pleno combate, lo que hacemos es ir hacia el frente, no mirar a los costados”.
Cuenta que adentro, con las linternas, no se veía “a más de un metro”. Que ellos se prepararon para contrarrestar “un motín donde íbamos a ser atracados”. Pero allí no había ningún motín, sólo internos –los sobrevivientes– que al abrirse las rejas salieron corriendo, gritaban que los saquen porque “no podían respirar”.
En ese momento, dice Tricco, los internos representaban un peligro porque podían llegar a fugarse. Ese intento de fuga nunca sucedió.
Tricco relata cuando vio los cuerpos apilados, ya sin vida, en la letrina de la celda 1. Todavía permanecía abierta la canilla de agua, o lo que quedó de ella.
Como vieron que no había una amenaza, y que Sergio Filiberto, Federico Perrotta, John Claros, Alan Córdoba, Juan José Cabrera, Franco Pizarro y Fernando Latorre no mostraban signos vitales, decidieron llamar a personal idóneo.
“Ése fue nuestro techo operativo”, dice antes de que se levante la sesión que da por terminada la tercera semana de audiencias.
Texto: Lautaro Romero (Revista Cítrica)
Fotos: Natalia Bernades (La Retaguardia)
Edición: Giselle Ribaloff (Radio Presente) / Mariano Pagnucco (Revista Cítrica) / Julián Bouvier (La Retaguardia) / Antonella Alvarez (FM La Caterva)
*Este diario del juicio a los policías responsables de la Masacre de Pergamino, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, FM La Caterva, Radio Presente y Cítrica. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguimos diariamente en https://juicio7pergamino.blogspot.com
Confiesa no recordar con exactitud quién fue que lo llamó, aunque más tarde el testigo declara –sin demasiada claridad– que la voz del otro lado del teléfono pertenecía a la oficial Carolina Guevara.
Relata que llegó a la dependencia entre a las 18:40 y las 19:00, que vio a su jefe directo, el ex comisario Alberto Donza. Lo saludó y continuó su marcha. Luego se cruzó con el oficial a cargo del GAD (Grupo de Apoyo Departamental), Bernabé Raia, quien al pasar le informó que había “algunas personas fallecidas”.
Cuenta que cuando ingresaron al sector de calabozos había “mucha agua, humo negro y espeso”. Las puertas ya estaban abiertas, los sobrevivientes ya habían logrado escapar del incendio. Entró sin elementos de protección y alcanzó a ver un bulto en la celda 1, pero no logró distinguirlo. Gritó sin recibir respuesta. Luego se retiró del lugar porque del calor que hacía “no se podía estar”. “Ésa fue mi intervención ese día”, dice Tolosa.
La querella le pregunta si recuerda haber hecho juegos de llaves nuevos para los calabozos. Tolosa afirma y habla con euforia: “Compré 12 candados –de distintos tamaños, seis de 50 y seis de 62– con combinación única porque los que teníamos eran viejos y siempre teníamos problemas”.
–¿A quién le entregó las llaves? -le preguntan.
–Al oficial de servicio. Le dejé dos llaves con una marca para que las distingan y sepan cuál usar para cada candado. El resto de las llaves se las entregué al jefe de la Dependencia (por Sebastián Donza, ex comisario, hoy imputado)
–¿Y quién era el oficial de servicio?
–No lo recuerdo –dice Tolosa, quien fue policía en esa comisaría durante más de una década.
Los familiares se indignan. Burrone, el presidente del tribunal, les llama la atención.
Silencio.
Agrega que los candados los compró por iniciativa suya, que a los candados era fácil distinguirlos entre uno y otro simplemente al tacto. “No sé por qué pasó esto”, desliza.
El “bloque acusador” le pide a Tolosa que indique el preciso lugar donde vio a Donza ese día cuando llegó a la Comisaría 1ª. Tolosa se levanta, toma el micrófono y señala en la maqueta. Agrega que también se cruzó con la ayudante de guardia Guevara, el oficial de servicio Alexis Eva y el refuerzo de imaginaria Matías Giulietti.
Mientras tanto, en el banco de imputados, Donza dialoga con su abogado. Asiente con la cabeza.
Un momento particular de la declaración de Tolosa genera plena atención en la sala: cuando habla del matafuegos que había en la Comisaría 1ª. Recuerda que estaba ubicado justo detrás de la puerta del jefe.
Cuenta también que años atrás, cuando se desempeñaba como oficial y estaba recién recibido, hubo un incendio en un tablero eléctrico de la Departamental, arriba de la Comisaría. Él mismo agarró el extintor mencionado y subió a aplacar el fuego.
Fue entonces que la querella vuelve sobre un punto que ya apareció en declaraciones previas de los efectivos policiales… ¿tenían alguna capacitación especial para controlar incendios? La respuesta de Tolosa es precisa: “Cualquiera sabe usar un matafuegos”.
En su declaración, el testigo también suelta: “¡Qué lástima que yo no estuve!”. El presidente del tribunal Guillermo Burrone quiere saber si él podría haber actuado de otra manera para salvar esas siete vidas. Tolosa responde que, probablemente, con su intervención al inicio del fuego la historia habría sido otra.
Con el aire cargado de sentimientos y pensamientos revueltos entre las personas que lo escucharon, Tolosa abandona la sala de audiencias.
Gastón Tolosa, jefe segundo de la comisaría, interrogado durante su declaración.
“Un motín donde íbamos a ser atracados”
Es el turno del último testigo de la jornada: Julián Tricco, uno de los oficiales del grupo GAD que ingresó ese día a la Comisaría 1ª. A Tricco el día de la Masacre lo llamaron por teléfono alrededor de las 18:15, le informaron que había una “revuelta en los calabozos” y un “principio de incendio”.
Cuando Tricco arribó al lugar, los bomberos no habían llegado todavía.
Dice que había una columna con seis efectivos del GAD, que Raia avanzó con “escopetas y balas anti-tumultos”, que ellos tenían protecciones en las piernas, chalecos anti-balas, cascos y bastones. Aclara que en ese momento disponían de sólo cuatro máscaras de protección.
Tricco explica que entre sus obligaciones no está fijarse en los detalles. No recuerda haber visto a Donza o a Rojo. Sí recuerda haber visto “mucha agua” en el sector de calabozos.
Detalla el modus operandi del Grupo de Apoyo Departamental. Habla del “efecto túnel”: “Para reestablecer el orden en pleno combate, lo que hacemos es ir hacia el frente, no mirar a los costados”.
Cuenta que adentro, con las linternas, no se veía “a más de un metro”. Que ellos se prepararon para contrarrestar “un motín donde íbamos a ser atracados”. Pero allí no había ningún motín, sólo internos –los sobrevivientes– que al abrirse las rejas salieron corriendo, gritaban que los saquen porque “no podían respirar”.
En ese momento, dice Tricco, los internos representaban un peligro porque podían llegar a fugarse. Ese intento de fuga nunca sucedió.
Tricco relata cuando vio los cuerpos apilados, ya sin vida, en la letrina de la celda 1. Todavía permanecía abierta la canilla de agua, o lo que quedó de ella.
Julián Tricco, integrante del Grupo de Apoyo Departamental (GAD) que intervino el día de la Masacre.
Como vieron que no había una amenaza, y que Sergio Filiberto, Federico Perrotta, John Claros, Alan Córdoba, Juan José Cabrera, Franco Pizarro y Fernando Latorre no mostraban signos vitales, decidieron llamar a personal idóneo.
“Ése fue nuestro techo operativo”, dice antes de que se levante la sesión que da por terminada la tercera semana de audiencias.
Texto: Lautaro Romero (Revista Cítrica)
Fotos: Natalia Bernades (La Retaguardia)
Edición: Giselle Ribaloff (Radio Presente) / Mariano Pagnucco (Revista Cítrica) / Julián Bouvier (La Retaguardia) / Antonella Alvarez (FM La Caterva)
*Este diario del juicio a los policías responsables de la Masacre de Pergamino, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, FM La Caterva, Radio Presente y Cítrica. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguimos diariamente en https://juicio7pergamino.blogspot.com
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