Tras una semana de espera en la que no hubo audiencias, el juicio por la Masacre de Pergamino continúa su curso. Declararon Flavia y Daniel, mamá y papá de Alan Córdoba. También prestaron testimonio varios peritos forenses para conocer un poco acerca de cómo y por qué los siete pibes perdieron la vida en la celda 1. Mañana es el día de la Patrona de Pergamino y no habrá audiencia tradicional. Desde las 10:30 está programada una inspección ocular en la Comisaría 1º. Los imputados adelantaron que se negaran a entrar. (Por El Diario del Juicio*)
Foto: la querella. De izquierda a derecha: Carmenza (mamá de Jhon Claros), Flavia (mamá de Alan Córdoba), Andrea (hermana de Sergio Filiberto), Mariana (pareja de Fernando Latorre y Silvia Rosito (mamá de Fernando Latorre)
Amanece con sol en Pergamino y desde temprano hay familiares agolpados en el ingreso al Tribunal Oral en lo Criminal 1ª, que exigen justicia por los 7 pibes que fueron víctimas de la fuerza policial: Sergio Filiberto, Federico Perrotta, John Claros, Alan Córdoba, Juan José Cabrera, Franco Pizarro y Fernando Latorre.
“Cuando llegué mi hijo estaba vivo”
La primera en declarar es Flavia Gradiche, la mamá de Alan Córdoba, de 18 años.
La querella le pregunta a Flavia lo que recuerda de aquel 2 de marzo del 2017. Flavia relata con detalles cómo se enteró que su hijo estaba en peligro.
“A las 18:26 me llega un mensaje de mi hijo, que decía: Mamá, vení rápido que la policía nos mata”. Ahí es cuando Flavia decidió llamar a la Comisaría 1ª y averiguar qué era lo que estaba sucediendo: “Me atiende Carolina Guevara y me dice que estaba todo bien”. Pero ella sabía que eso no era cierto. Los golpes de rejas que escuchó de fondo hicieron que desesperara.
Flavia salió corriendo, estaba a pocas cuadras de la Comisaría. Mientras tanto, seguía recibiendo mensajes de auxilio desde el celular de Alan: “Vení que estoy lastimado”, alcanzó a leer. Eran las 18:36 cuando llegó y se encontró con el edificio vallado. Y con Guevara, esta vez personalmente: “Los pendejos ya tienen teléfono”, fue la respuesta de Guevara ante la angustia de Flavia. No la volvió a ver.
En la sala, Carolina Guevara escucha con atención. Sus ojos expresan desconcierto. Luce pálida y sostiene un pañuelo en su boca. Se levanta y abandona la audiencia.
Para ese entonces, el humo que más tarde se volvería negro, denso y tóxico era nada. Para Flavia, fue la señal de que los pibes estaban dando pelea adentro. “No se vayan de la puerta porque nos van a matar a todos”, decía otro de los mensajes que le envió Alán. En el relato de la escena aparece Eduardo Hamué, otro oficial ya mencionado por las familias en anteriores sesiones, quien venía de una visita al cardiólogo. A los diez minutos salió y pidió unas esposas: más tarde Flavia sabría que eran para los sobrevivientes. Hamué, al igual que Guevara, les aseguró a los familiares que “los pibes están bien, sólo un poco asfixiados”.
Sin embargo, los pibes estaban al borde de la muerte. No había ambulancia ni tampoco bomberos: tardaron 40 minutos en llegar al lugar y no les alcanzaba el largo de la manguera.
“Acá no entra ni sale nadie. Si entra le das un tiro, y si sale también”, fue lo que escuchó Flavia decir al ex-comisario imputado Alberto Donza.
“Cuando llegué mi hijo estaba vivo", cuenta Flavia. Y revela lo que Alan le contaba sobre el hostigamiento permanente que sufrían los internos de parte de Alexis Eva: “Los peleaba, los amenaza con facas y les repetía que os iba a prender fuego”.
Una paloma se estrella contra una de las ventanas de la sala y capta la atención de los presentes. Mientras, Eva le susurra algo al oído a Guevara, quien asiente con la cabeza.
La querella le pide a Flavia que indique a cuáles de los imputados vio en el momento del incendio, cuando el humo todavía era blanco. “A Carrizo y a Giulietti”, asegura. También dice que entre los pibes se llevaban bárbaro. Que “Noni” Cabrera y su hijo Alan Córdoba se conocieron en el calabozo. Denuncia que Brian Carrizo les proveía pastillas y marihuana. Más tarde sabremos por qué Carrizo no está presente en la sala al momento de semejante acusación: antes de iniciar la audiencia, le bajó la presión.
Flavia salió corriendo, estaba a pocas cuadras de la Comisaría. Mientras tanto, seguía recibiendo mensajes de auxilio desde el celular de Alan: “Vení que estoy lastimado”, alcanzó a leer. Eran las 18:36 cuando llegó y se encontró con el edificio vallado. Y con Guevara, esta vez personalmente: “Los pendejos ya tienen teléfono”, fue la respuesta de Guevara ante la angustia de Flavia. No la volvió a ver.
En la sala, Carolina Guevara escucha con atención. Sus ojos expresan desconcierto. Luce pálida y sostiene un pañuelo en su boca. Se levanta y abandona la audiencia.
Para ese entonces, el humo que más tarde se volvería negro, denso y tóxico era nada. Para Flavia, fue la señal de que los pibes estaban dando pelea adentro. “No se vayan de la puerta porque nos van a matar a todos”, decía otro de los mensajes que le envió Alán. En el relato de la escena aparece Eduardo Hamué, otro oficial ya mencionado por las familias en anteriores sesiones, quien venía de una visita al cardiólogo. A los diez minutos salió y pidió unas esposas: más tarde Flavia sabría que eran para los sobrevivientes. Hamué, al igual que Guevara, les aseguró a los familiares que “los pibes están bien, sólo un poco asfixiados”.
Sin embargo, los pibes estaban al borde de la muerte. No había ambulancia ni tampoco bomberos: tardaron 40 minutos en llegar al lugar y no les alcanzaba el largo de la manguera.
“Acá no entra ni sale nadie. Si entra le das un tiro, y si sale también”, fue lo que escuchó Flavia decir al ex-comisario imputado Alberto Donza.
“Cuando llegué mi hijo estaba vivo", cuenta Flavia. Y revela lo que Alan le contaba sobre el hostigamiento permanente que sufrían los internos de parte de Alexis Eva: “Los peleaba, los amenaza con facas y les repetía que os iba a prender fuego”.
Una paloma se estrella contra una de las ventanas de la sala y capta la atención de los presentes. Mientras, Eva le susurra algo al oído a Guevara, quien asiente con la cabeza.
La querella le pide a Flavia que indique a cuáles de los imputados vio en el momento del incendio, cuando el humo todavía era blanco. “A Carrizo y a Giulietti”, asegura. También dice que entre los pibes se llevaban bárbaro. Que “Noni” Cabrera y su hijo Alan Córdoba se conocieron en el calabozo. Denuncia que Brian Carrizo les proveía pastillas y marihuana. Más tarde sabremos por qué Carrizo no está presente en la sala al momento de semejante acusación: antes de iniciar la audiencia, le bajó la presión.
“Que paguen por lo que le hicieron a mi hijo”
El próximo testigo en sentarse en el banquillo es Daniel Córdoba, papá de Alan.
La querella le consulta a Daniel lo que recuerda de aquel fatídico 2 de marzo. Dice que cuando llegó, en medio del tumulto, vio a Donza a través de una ventana, cruzado de brazos mirando hacia afuera.
“Donza estaba descolocado, sin saber cuál era el paso a seguir: sus ojos decían eso. Desde afuera se escuchaban tiros. Sentimos mucho dolor y angustia. Vimos el futuro irse delante de nuestros ojos”, relata Daniel, consternado.
Daniel no soporta que Alan ya no esté con él, y rompe en llanto: “Ya que no me lo van a devolver, que paguen por lo que le hicieron a mi hijo”. Daniel revive el preciso instante, crudo y vil, de cuando le entregaron el cuerpo de Alan en una bolsa: “Lo vi detenidamente. Estaba hecho pedazos, le faltaba toda la carne, se había achicado. Dije: no Dios mío”.
Para Cristina Gramajo, mamá de Sergio Filiberto, cada palabra es una puñalada. No lo soporta y abandona el recinto.
Silencio.
Los imputados pegan la mirada al suelo, excepto Donza.
El próximo testigo en sentarse en el banquillo es Daniel Córdoba, papá de Alan.
La querella le consulta a Daniel lo que recuerda de aquel fatídico 2 de marzo. Dice que cuando llegó, en medio del tumulto, vio a Donza a través de una ventana, cruzado de brazos mirando hacia afuera.
“Donza estaba descolocado, sin saber cuál era el paso a seguir: sus ojos decían eso. Desde afuera se escuchaban tiros. Sentimos mucho dolor y angustia. Vimos el futuro irse delante de nuestros ojos”, relata Daniel, consternado.
Daniel no soporta que Alan ya no esté con él, y rompe en llanto: “Ya que no me lo van a devolver, que paguen por lo que le hicieron a mi hijo”. Daniel revive el preciso instante, crudo y vil, de cuando le entregaron el cuerpo de Alan en una bolsa: “Lo vi detenidamente. Estaba hecho pedazos, le faltaba toda la carne, se había achicado. Dije: no Dios mío”.
Para Cristina Gramajo, mamá de Sergio Filiberto, cada palabra es una puñalada. No lo soporta y abandona el recinto.
Silencio.
Los imputados pegan la mirada al suelo, excepto Donza.
El ex comisario Alberto Donza dialoga con Carlos Torrens, su abogado defensor. |
¿Cómo no los escucharon?
El juez le da permiso a Daniel a levantarse y tras él ingresa Andrés Bruzzese, perito especialista en criminalística, de la Policía Federal.
Bruzzese estuvo a cargo de los peritajes que se hicieron en la escena del crimen: la Comisaría 1ª. Asegura que de forma minuciosa y sectorizada revisaron todo el lugar, las celdas 1,2 y 3. Secuestraron encendedores, máquinas de afeitar y desodorantes muy afectados por el fuego.
“Había mucho hollín y residuos producto de la combustión. No encontramos impactos de armas de fuego, plomo o vainas encamisadas”.
A continuación, la querella hace hincapié en el tipo de explosión que puede generar un desodorante al exponerse al fuego. “Es confuso, a veces cuesta dilucidar si se trata de un disparo o una explosión”.
Para ser más precisos, los peritos volvieron a la Comisaría 1° una semana después y tomaron mediciones de sonido, para saber si los gritos de los pibes y los golpes de las rejas se escucharon desde la vía pública: “Hicimos varias recreaciones para medir la magnitud del sonido de ambiente por medio de un decibelímetro: el informe indica que eran audibles desde todos los puntos de la vía pública”.
Apagan las luces de la sala, y reproducen las filmaciones donde se ve el registro de los peritos.
“¡¡Abran!! ¡¡Ayuda!!”, se escucha en los audios. A los familiares se les enrojece la piel, es mucha la rabia acumulada.
Encienden las luces del recinto. Son casi las doce del mediodía.
El juez llama a un receso de 10 minutos.
El juez le da permiso a Daniel a levantarse y tras él ingresa Andrés Bruzzese, perito especialista en criminalística, de la Policía Federal.
Bruzzese estuvo a cargo de los peritajes que se hicieron en la escena del crimen: la Comisaría 1ª. Asegura que de forma minuciosa y sectorizada revisaron todo el lugar, las celdas 1,2 y 3. Secuestraron encendedores, máquinas de afeitar y desodorantes muy afectados por el fuego.
“Había mucho hollín y residuos producto de la combustión. No encontramos impactos de armas de fuego, plomo o vainas encamisadas”.
A continuación, la querella hace hincapié en el tipo de explosión que puede generar un desodorante al exponerse al fuego. “Es confuso, a veces cuesta dilucidar si se trata de un disparo o una explosión”.
Para ser más precisos, los peritos volvieron a la Comisaría 1° una semana después y tomaron mediciones de sonido, para saber si los gritos de los pibes y los golpes de las rejas se escucharon desde la vía pública: “Hicimos varias recreaciones para medir la magnitud del sonido de ambiente por medio de un decibelímetro: el informe indica que eran audibles desde todos los puntos de la vía pública”.
Apagan las luces de la sala, y reproducen las filmaciones donde se ve el registro de los peritos.
“¡¡Abran!! ¡¡Ayuda!!”, se escucha en los audios. A los familiares se les enrojece la piel, es mucha la rabia acumulada.
Encienden las luces del recinto. Son casi las doce del mediodía.
El juez llama a un receso de 10 minutos.
El juez Guillermo Burrone y el Servicio Penitenciario Bonaerense que custodia la sala |
“No había luz, estaba húmedo y costaba respirar”
Ricardo Pisoli brinda testimonio. Pisoli se define como un perito criminalista “de alta complejidad”. Confirma que en la primera visita a la Comisaría 1ª los peritos se llevaron rastros y evidencias que ayudaron en la reconstrucción de los hechos. Y que la segunda vez, tomaron pruebas acústicas.
La querella le pide a Pisoli que señale en la maqueta los sectores de la dependencia en donde se hicieron los relevamientos.
Pisoli se levanta y apunta con el dedo. Y agrega: “En la celda 1 encontramos encendedores, restos de colchones y sábanas. No había luz eléctrica, así que tuvimos que usar luz artificial. El lugar estaba húmedo y costaba respirar”.
“Con los extintores se podría haber apagado el fuego”
Leonardo Crugley es oficial principal de la Superintendencia de Bomberos de la PFA. Al igual que sus colegas encontró pedazos de colchones adentro y afuera de la celda 1.
La querella lo insta a que cuente su experiencia.
“Los colchones no se apagaban solos, sino por medio de una intervención. Con los extintores sí se podría haber apagado, siempre depende de la magnitud del incendio. Hablamos de un principio de incendio cuando se puede controlar, y generalizado cuando se propaga y debería usarse cierta cantidad de agua para bajar la temperatura del material combustible”.
También los peritos hicieron recreaciones de los focos ígneos, tomando mediciones de temperatura usando una termocupla. “Los tres colchones enteros alcanzaron 80 grados de temperatura ambiente. Los colchones estaban compuestos de poliuretano, un derivado del petróleo. Se ataca con agua o polvo químico seco. Se quemaron sin control, no tenían tratamiento retardante sobre la cobertura exterior”.
A Crugley la querella le muestra fotografías de los matafuegos que había disponibles en la Comisaría 1ª: asegura que podrían haber apagado el incendio.
Gonzalo Alba, en representación de la defensa, le pregunta a Crugley si en algún momento de la investigación tomaron en cuenta el factor tiempo, si midieron el tiempo de auto extinción de los focos ígneos.
“No estimamos el tiempo de propagación del incendio”, sentencia Crugley.
Abandona la sala.
Es el turno del Comisario General retirado de la Policía Bonaerense, Rubén Rojo.
Para aquel entonces, Rojo era el Jefe Departamental de Pergamino, y fue a quien Donza llamó diciéndole que “tenía incidentes en el calabozo”, y que necesitaba “apoyo del GAD”. El día de la Masacre Rojo estaba en su despacho en la Departamental, que queda justo arriba de la Comisaría 1ª, con sus ventanas a la calle. Sin embargo esa tarde del 2 de marzo Rojo afirma no haber escuchado nada. Ni siquiera bajó de su lugar de trabajo. Dijo no querer entorpecer.
Rojo convocó al personal del GAD (Grupo de Apoyo Departamental), que acudió al lugar y que, como ya indicaron otros testigos, fue el encargado de sacar y golpear a los sobrevivientes.
Pero para sorpresa de Rojo, en la Comisaría 1ª había mucho más que un simple incidente, o una “revuelta entre internos”.
Pasaron 10 minutos y Donza lo volvió a llamar: “Hay siete muertos”, le dijo el ex comisario que estuvo más de un año prófugo y que en ningún momento le detalló a Rojo lo que realmente había ocurrido en la celda 1.
“Hicimos lo posible para apagar el incendio en las celdas pero no pudimos, se hizo dificultoso por el humo”, fue lo único que le deslizó Donza una vez consumada la Masacre.
El juez Burrone interviene y le consulta si reciben algún tipo de instrucción cuando se inicia un incendio. El testigo brinda detalles de cómo actúan en las fuerzas de seguridad ante una emergencia: “No tenemos un protocolo oficial para apagar incendios. Lo que nos dicen es que ante una situación así, cortemos los servicios de energía, llamemos a los bomberos y nos fijemos si hay una persona herida”.
- “¿Alguien les dice cómo usar los matafuegos?”, insiste Burrone.
- “No nos dan indicaciones de cómo usarlos. Sólo seguimos las instrucciones”, afirma Rojo.
Silencio.
El último testigo de la jornada se presenta como Leonardo Seta. Hace dos años era bombero de Policía de la dependencia de Pergamino. Hoy trabaja en Junín. Como bombero, Seta no cumple funciones operativas. Es especialista en cuestiones de seguridad y prevención, en asesoramientos técnicos e inspecciones.
El día de la Masacre, Seta recibió un llamado, fue informado de la situación en la Comisaría 1º y acudió con su libreta y su cámara de fotos para hacer registros y tareas de comunicación.
En alguna oportunidad Leonardo Seta dijo que los matafuegos estaban en condiciones y que él mismo le había recargado los matafuegos a Donza.
Cuando llegó a la Comisaría 1ª, todavía no había señales de los bomberos. “Los vi casi simultáneamente con el GAD”, recuerda Seta. Agrega que también vio a Donza dando órdenes –no especifica el contenido-, que lo saludó pero no quiso “entorpecer” el procedimiento.
A la querella le llama la atención que a la comisaría el 2 de marzo haya llegado primero el grupo de investigativa, antes que los bomberos. Quiere saber sobre cuáles son las responsabilidades que le competen a Seta.
-¿Es normal eso?
-Llegamos cuando el hecho ya está consumado. No hacemos cursos para el uso de matafuegos, tampoco prácticas o academias- concluye Seta.
Se levanta la sesión. Mañana, en el día de la Patrona de Pergamino, será el turno de la inspección ocular en la Comisaría 1ª. A partir de las 10:30 en Dorrego y Merced.
Texto: Lautaro Romero (Revista Cítrica)
Fotos: Natalia Bernades (La Retaguardia) y Andrés Muglia
Edición: Rodrigo Ferreiro y Julián Bouvier (La Retaguardia) y Antonella Álvarez (FM La Caterva)
*Este diario del juicio a los policías responsables de la Masacre de Pergamino, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, FM La Caterva, Radio Presente y Cítrica. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguimos diariamente en https://juicio7pergamino.blogspot.com
Ricardo Pisoli brinda testimonio. Pisoli se define como un perito criminalista “de alta complejidad”. Confirma que en la primera visita a la Comisaría 1ª los peritos se llevaron rastros y evidencias que ayudaron en la reconstrucción de los hechos. Y que la segunda vez, tomaron pruebas acústicas.
La querella le pide a Pisoli que señale en la maqueta los sectores de la dependencia en donde se hicieron los relevamientos.
Pisoli se levanta y apunta con el dedo. Y agrega: “En la celda 1 encontramos encendedores, restos de colchones y sábanas. No había luz eléctrica, así que tuvimos que usar luz artificial. El lugar estaba húmedo y costaba respirar”.
Los imputados: Rodas, Giuletti, Eva, Carrizo, Donza y Guevara |
“Con los extintores se podría haber apagado el fuego”
Leonardo Crugley es oficial principal de la Superintendencia de Bomberos de la PFA. Al igual que sus colegas encontró pedazos de colchones adentro y afuera de la celda 1.
La querella lo insta a que cuente su experiencia.
“Los colchones no se apagaban solos, sino por medio de una intervención. Con los extintores sí se podría haber apagado, siempre depende de la magnitud del incendio. Hablamos de un principio de incendio cuando se puede controlar, y generalizado cuando se propaga y debería usarse cierta cantidad de agua para bajar la temperatura del material combustible”.
También los peritos hicieron recreaciones de los focos ígneos, tomando mediciones de temperatura usando una termocupla. “Los tres colchones enteros alcanzaron 80 grados de temperatura ambiente. Los colchones estaban compuestos de poliuretano, un derivado del petróleo. Se ataca con agua o polvo químico seco. Se quemaron sin control, no tenían tratamiento retardante sobre la cobertura exterior”.
A Crugley la querella le muestra fotografías de los matafuegos que había disponibles en la Comisaría 1ª: asegura que podrían haber apagado el incendio.
Gonzalo Alba, en representación de la defensa, le pregunta a Crugley si en algún momento de la investigación tomaron en cuenta el factor tiempo, si midieron el tiempo de auto extinción de los focos ígneos.
“No estimamos el tiempo de propagación del incendio”, sentencia Crugley.
Abandona la sala.
Maqueta de la ex Comisaría Primera de Pergamino al momento de la Masacre |
Es el turno del Comisario General retirado de la Policía Bonaerense, Rubén Rojo.
Para aquel entonces, Rojo era el Jefe Departamental de Pergamino, y fue a quien Donza llamó diciéndole que “tenía incidentes en el calabozo”, y que necesitaba “apoyo del GAD”. El día de la Masacre Rojo estaba en su despacho en la Departamental, que queda justo arriba de la Comisaría 1ª, con sus ventanas a la calle. Sin embargo esa tarde del 2 de marzo Rojo afirma no haber escuchado nada. Ni siquiera bajó de su lugar de trabajo. Dijo no querer entorpecer.
Rojo convocó al personal del GAD (Grupo de Apoyo Departamental), que acudió al lugar y que, como ya indicaron otros testigos, fue el encargado de sacar y golpear a los sobrevivientes.
Pero para sorpresa de Rojo, en la Comisaría 1ª había mucho más que un simple incidente, o una “revuelta entre internos”.
Pasaron 10 minutos y Donza lo volvió a llamar: “Hay siete muertos”, le dijo el ex comisario que estuvo más de un año prófugo y que en ningún momento le detalló a Rojo lo que realmente había ocurrido en la celda 1.
“Hicimos lo posible para apagar el incendio en las celdas pero no pudimos, se hizo dificultoso por el humo”, fue lo único que le deslizó Donza una vez consumada la Masacre.
El juez Burrone interviene y le consulta si reciben algún tipo de instrucción cuando se inicia un incendio. El testigo brinda detalles de cómo actúan en las fuerzas de seguridad ante una emergencia: “No tenemos un protocolo oficial para apagar incendios. Lo que nos dicen es que ante una situación así, cortemos los servicios de energía, llamemos a los bomberos y nos fijemos si hay una persona herida”.
- “¿Alguien les dice cómo usar los matafuegos?”, insiste Burrone.
- “No nos dan indicaciones de cómo usarlos. Sólo seguimos las instrucciones”, afirma Rojo.
Silencio.
Rubén Rojo, ex Jefe Departamental de Pergamino |
El último testigo de la jornada se presenta como Leonardo Seta. Hace dos años era bombero de Policía de la dependencia de Pergamino. Hoy trabaja en Junín. Como bombero, Seta no cumple funciones operativas. Es especialista en cuestiones de seguridad y prevención, en asesoramientos técnicos e inspecciones.
El día de la Masacre, Seta recibió un llamado, fue informado de la situación en la Comisaría 1º y acudió con su libreta y su cámara de fotos para hacer registros y tareas de comunicación.
En alguna oportunidad Leonardo Seta dijo que los matafuegos estaban en condiciones y que él mismo le había recargado los matafuegos a Donza.
Cuando llegó a la Comisaría 1ª, todavía no había señales de los bomberos. “Los vi casi simultáneamente con el GAD”, recuerda Seta. Agrega que también vio a Donza dando órdenes –no especifica el contenido-, que lo saludó pero no quiso “entorpecer” el procedimiento.
A la querella le llama la atención que a la comisaría el 2 de marzo haya llegado primero el grupo de investigativa, antes que los bomberos. Quiere saber sobre cuáles son las responsabilidades que le competen a Seta.
-¿Es normal eso?
-Llegamos cuando el hecho ya está consumado. No hacemos cursos para el uso de matafuegos, tampoco prácticas o academias- concluye Seta.
Se levanta la sesión. Mañana, en el día de la Patrona de Pergamino, será el turno de la inspección ocular en la Comisaría 1ª. A partir de las 10:30 en Dorrego y Merced.
Leonardo Seta, Bombero de la Policía cuando la Masacre. |
Texto: Lautaro Romero (Revista Cítrica)
Fotos: Natalia Bernades (La Retaguardia) y Andrés Muglia
Edición: Rodrigo Ferreiro y Julián Bouvier (La Retaguardia) y Antonella Álvarez (FM La Caterva)
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